¡Hola! ¡Qué ganas tenía de saber de ti hoy!
Hoy me siento extraordinariamente bien. No solo bien, sino mejor que nunca.
Los pájaros cantan, las nubes se alzan, el césped luce más verde que de costumbre y las hojas de los árboles brillan. Siento en mi piel la cálida promesa de un verano que nos aguarda.
¿Estoy sonando un tanto repelente? No te preocupes, yo pensaría lo mismo.
Pero es que la alegría es ese sentimiento que hace de tu vida la mejor de todas, un destello de luz que ilumina hasta la sala más oscura.
No digo que dure mucho, pero cuando llega... ¡Qué bien estamos cuando estamos bien!
Nunca te lo he preguntado, pero ¿cuál ha sido el momento más feliz de tu vida?
¿El mío? Prepárate porque quizás suene un tanto pasteloso...
Soy un romántico, no te puedo engañar. Una noche especial, cuando cumplía un año con mi primera pareja, la llevé a uno de esos restaurantes caros, de los mejores de la ciudad.
Estábamos vestidos como si fuéramos a los Oscar y supiéramos que íbamos a ganar.
¿Y sabes qué fue lo mejor? Que no llegamos a entrar al restaurante.
Se me olvidó que para ese tipo de lugares hay que reservar con semanas de antelación. Ya podrás deducir la humildad de mi economía.
Como podrás imaginar, jamás había sentido una culpa semejante.
Pero eso no fue un impedimento para mi novia quien, al contrario que yo, disfrutó bastante de aquella anécdota y, años más tarde, pese a no seguir juntos, me consta que lo sigue haciendo.
Al final terminamos juntos, vestidos de gala, sentados en la arena con dos kebabs que pudimos conseguir, escuchando el recital de las olas al llegar y abandonar la orilla.
No nos hizo falta nada más. Nos teníamos.
Fue entonces cuando mi alma enmarcó ese sentimiento: cuando estás con quien quieres estar, cuando estás donde quieres estar... ya lo has logrado todo.
Bueno, ya estabas avisado de que era una cursilada, no te quejes ahora.
Además, en este café iba a hablarte de la alegría como sentimiento fugaz y el peligro de esa misma fugacidad. De amoríos quizás te hable en otro momento. O quizás no. Quién sabe.
Fugaz y alegría son términos que encajan a la perfección, un pack indivisible como espacio y tiempo, cielo y tierra o leche con galletas. Sí, leche con galletas.
Por eso cuando me preguntan "Oye William, ¿qué te hace feliz?", no sé bien qué responder, porque en cierto sentido nada nos hace "felices". De hecho, si nos ponemos técnicos con el vocabulario, la verdadera pregunta sería:
Oye William, ¿qué situaciones concretas en contextos concretos disparan tus niveles de dopamina durante un lapso de tiempo no superior a 25 minutos? (fuente: este artículo)
Pero esa pregunta sería bastante deprimente.
¿Por qué algo que nos hace sentir tan bien dura tan poco y lo que nos hace sentir mal dura tanto?
Esa es otra muy buena pregunta de la que quizás te hable otro día.
Podría divagar durante horas sobre el "Carpe Diem" y por qué me parece poco más que una oda al hedonismo —que ya de por sí me parece una forma de vivir irresponsable—, pero te resumiré mi pensamiento así:
Disfruta y enmarca en la estantería de los recuerdos esos momentos, sensaciones, miradas y olores, porque son los que luego te ayudan a sobrellevar su escasez, como la hormiguita que con los ahorros de una gran cosecha supera el peor de los inviernos.