¡Hola! ¡Te estaba esperando!
Antes de nada, quiero darte las gracias por escucharme ayer. Fue un verdadero alivio contar con alguien como tú.
Todo fue de maravilla y conseguimos perdonarnos.
Perdonarse... ¡qué humano suena y qué complicado es!
Estuvimos hablando largo y tendido de lo sucedido. Resultó que su reacción fue simplemente fruto de unos días en los que su mente no le daba tregua.
Y es que, a veces, lo invisible es lo que realmente importa.
¿Qué podemos saber de lo que no vemos en otros, cuando ni siquiera dedicamos ese tiempo a mirar dentro de nuestra propia mente?
Sabes, puedo pecar de espiritual, pero a mí —si me lo permites— me gusta hablar de almas.
Si te resulta demasiado extraño o simplemente no crees en esas cosas, intercambia la palabra "alma" por "mente" y... debería funcionar.
El asunto es que todos cargamos con una cruz, y los años no han hecho más que afianzar esta idea.
Pero, como le ocurre a mi amiga: vale, nos hemos perdonado, pero ¿nos hemos perdonado realmente?
Permíteme desarrollar este punto.
Ella me ha perdonado a mí, yo la he perdonado a ella, ¿pero se ha perdonado ella a sí misma y me he perdonado yo a mí mismo?
En mi caso, la respuesta es: a medias.
Si bien es cierto que no soy adivino y no podía saber lo que pasaba por su mente, también es verdad que dejé que mi orgullo alargara más las cosas de lo necesario.
Vale, podrías pensar que ella también podría haberse acercado antes de que lo hiciera yo —y estarías en lo cierto—, pero mi punto es el siguiente:
Si yo tengo la capacidad de abrir la puerta, ¿qué sentido tiene quejarme de que la otra persona no lo ha hecho?
En este contexto, mi postura es que si puedes hacerlo tú, careces no ya de sentido sino de derecho a quejarte por el estado de la puerta cuando tu actitud, pudiendo ser activa, ha sido pasiva.
Pero volviendo al tema que nos atañe, el perdón es esencial para avanzar como personas.
En la vida hay personas de todo tipo —más fuertes, menos fuertes, más resilientes, menos resilientes—, pero todos, como seres humanos que somos, cometemos errores. Estos errores derivan en malas decisiones que pueden herirnos no solo a nosotros sino también a nuestro entorno.
Son decisiones, malas experiencias o asuntos sin resolver que cargamos en la mochila de nuestra alma como piedras. Algunas más grandes, otras más pequeñas, pero todas son un peso extra que dificulta nuestro paso por la vida.
Una vida que ya de por sí es complicada.
Así que si estás pasando por esto que te explico, si sientes tu alma tan pesada como un ancla, quizá sea momento de que tomes acción, de que sanes y alces tu cabeza hacia el incierto futuro que a todos nos espera.
Porque yo te estaré esperando allí.