¡Odio tomar decisiones!
Siento empezar de esta forma, pero no puedo evitar sentirme así. Elegir es complicado. Hay tantos factores que considerar a la hora de decidir que resulta abrumador. Y lo peor es, sin duda, la parte que afecta a los demás. Odio hacer daño a la gente, estas situaciones me generan mucho cargo de conciencia, pero odio más no poder hacer lo que realmente quiero hacer, y nadie parece disculparse por eso.
Sabes, hay mucha gente que cuenta conmigo... y no quiero fallarles. Pero ¿Dónde quedo yo y lo que yo realmente quiero hacer? Odio sentirme así.
Los vínculos que tengo con mis seres queridos son las alas que me hacen volar, pero también pueden ser yunques hundidos en la profundidad del mar, ejerciendo peso sobre mis hombros. Yo solo quiero vivir con el corazón libre. Y qué difícil puede ser algo aparentemente tan simple.
Sé lo que estarás pensando: "Pues deshazte de tus cadenas". Eso mismo me dije, pero no hay manera.
Piensa en este ejemplo: tu sueño es irte a Shanghái. Hasta ahí todo bien, pero ¿Qué será de toda la gente que no volverás a ver? ¿Y si tu pareja no quisiera seguirte? ¿De qué sirven los sueños si no los compartes con nadie? Pero ¿para qué quieres gente con la que no podrás compartir tus sueños?
Esta dualidad hace que al final, nunca haya decisión acertada.
En realidad yo siento que mi vida se basa en, simple y literalmente, tomar constantemente la decisión menos mala.
El coste de oportunidad está en todas y ninguna te saldrá gratis y rentable.
El dinero gratis no existe, así tampoco lo hacen las decisiones fáciles.
Sea lo que sea que tú decidas hacer de tu vida y mientras en el hondo de tu corazón sepas que es cierta la libertad de tu elección, habrá merecido la pena.
Equivocarse es inevitable, ley de vida, y acertar el proceso de repetición de estas equivocaciones.
Trata de equivocarte lo menos posible antes de volar y cuando estés arriba podrás decir satisfecho que te costó barato llegar hasta el cielo.
Cuídate mucho.